martes, 17 de noviembre de 2009

APLAUSOS PARA USTEDES, JÓVENCITOS LECTORES



"No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee". Günter Grass. Premio Nobel de Literatura 1.999

EL CORDERO ASADO, ROALD DAHL

SINOPSIS: una mujer sumamente enamorada recibe una noticia que no solo le rompe el corazón, sino que despierta su instinto más salvaje y vengativo...
Este cuento es bueno, muy bueno, recontra bueno, archibueno, buenazo,EXCELEEEEENTEEEEEEEEEE...

La habitación estaba limpia y acogedora, las cortinas corridas, las dos lámparas de mesa encendidas, la suya y la de la silla vacía, frente a ella. Detrás, en el aparador, dos vasos altos de whisky. Cubos de hielo en un recipiente.
Mary Maloney estaba esperando a que su marido volviera del trabajo.
De vez en cuando echaba una mirada al reloj, pero sin preocupación, simplemente para complacerse de que cada minuto que pasaba acercaba el momento de su llegada. Tenía un aire sonriente y optimista. Su cabeza se inclinaba hacia la costura con entera tranquilidad. Su piel —estaba en el sexto mes del embarazo— había adquirido un maravilloso brillo, los labios suaves y los ojos, de mirada serena, parecían más grandes y más oscuros que antes.
Cuando el reloj marcaba las cinco menos diez, empezó a escuchar, y pocos minutos más tarde, puntual como siempre, oyó rodar los neumáticos sobre la grava y cerrarse la puerta del coche, los pasos que se acercaban, la llave dando vueltas en la cerradura.
Dejó a un lado la costura, se levantó y fue a su encuentro para darle un beso en cuanto entrara.
—¡Hola, querido! —dijo ella.
—¡Hola! —contestó él.
Ella le colgó el abrigo en el armario. Luego volvió y preparó las bebidas, una fuerte para él y otra más floja para ella; después se sentó de nuevo con la costura y su marido enfrente con el alto vaso de whisky entre las manos, moviéndolo de tal forma que los cubitos de hielo golpeaban contra las paredes del vaso. Para ella ésta era una hora maravillosa del día. Sabía que su esposo no quería hablar mucho antes de terminar la primera bebida, y a ella, por su parte, le gustaba sentarse silenciosamente, disfrutando de su compañía después de tantas horas de soledad. Le gustaba vivir con este hombre y sentir —como siente un bañista al calor del sol— la influencia que él irradiaba sobre ella cuando estaban juntos y solos. Le gustaba su manera de sentarse descuidadamente en una silla, su manera de abrir la puerta o de andar por la habitación a grandes zancadas. Le gustaba esa intensa mirada de sus ojos al fijarse en ella y la forma graciosa de su boca, especialmente cuando el cansancio no le dejaba hablar, hasta que el primer vaso de whisky le reanimaba un poco.
—¿Cansado, querido?
—Sí —respondió él—, estoy cansado.
Mientras hablaba, hizo una cosa extraña. Levantó el vaso y bebió su contenido de una sola vez aunque el vaso estaba a medio llenar.
Ella no lo vio, pero lo intuyó al oír el ruido que hacían los cubitos de hielo al volver a dejar él su vaso sobre la mesa. Luego se levantó lentamente para servirse otro vaso.
—Yo te lo serviré —dijo ella, levantándose.
—Siéntate —dijo él secamente.
Al volver observó que el vaso estaba medio lleno de un líquido ambarino.
—Querido, ¿quieres que te traiga las zapatillas? Le observó mientras él bebía el whisky.
—Creo que es una vergüenza para un policía que se va haciendo mayor, como tú, que le hagan andar todo el día —dijo ella.
El no contestó; Mary Maloney inclinó la cabeza de nuevo y continuó con su costura. Cada vez que él se llevaba el vaso a los labios se oía golpear los cubitos contra el cristal.
—Querido, ¿quieres que te traiga un poco de queso? No he hecho cena porque es jueves.
—No —dijo él.
—Si estás demasiado cansado para comer fuera —continuó ella—, no es tarde para que lo digas. Hay carne y otras cosas en la nevera y te lo puedo servir aquí para que no tengas que moverte de la silla.
Sus ojos se volvieron hacia ella; Mary esperó una respuesta, una sonrisa, un signo de asentimiento al menos, pero él no hizo nada de esto.
—Bueno —agregó ella—, te sacaré queso y unas galletas.
—No quiero —dijo él.
Ella se movió impaciente en la silla, mirándole con sus grandes ojos.
—Debes cenar. Yo lo puedo preparar aquí, no me molesta hacerlo. Tengo chuletas de cerdo y cordero, lo que quieras, todo está en la nevera.
—No me apetece —dijo él.
—¡Pero querido! ¡Tienes que comer! Te lo sacaré y te lo comes, si te apetece.
Se levantó y puso la costura en la mesa, junto a la lámpara.
—Siéntate —dijo él—, siéntate sólo un momento. Desde aquel instante, ella empezó a sentirse atemorizada.
—Vamos —dijo él—, siéntate.
Se sentó de nuevo en su silla, mirándole todo el tiempo con sus grandes y asombrados ojos. El había acabado su segundo vaso y tenía los ojos bajos.
—Tengo algo que decirte.
—¿Qué es ello, querido? ¿Qué pasa?
El se había quedado completamente quieto y mantenía la cabeza agachada de tal forma que la luz de la lámpara le daba en la parte alta de la cara, dejándole la barbilla y la boca en la oscuridad.
—Lo que voy a decirte te va a trastornar un poco, me temo —dijo—, pero lo he pensado bien y he decidido que lo mejor que puedo hacer es decírtelo en seguida. Espero que no me lo reproches demasiado.
Y se lo dijo. No tardó mucho, cuatro o cinco minutos como máximo. Ella no se movió en todo el tiempo, observándolo con una especie de terror mientras él se iba separando de ella más y más, a cada palabra.
—Eso es todo —añadió—, ya sé que es un mal momento para decírtelo, pero no hay otro modo de hacerlo. Naturalmente, te daré dinero y procuraré que estés bien cuidada. Pero no hay necesidad de armar un escándalo. No sería bueno para mi carrera.
Su primer impulso fue no creer una palabra de lo que él había dicho. Se le ocurrió que quizá él no había hablado, que era ella quien se lo había imaginado todo. Quizá si continuara su trabajo como si no hubiera oído nada, luego, cuando hubiera pasado algún tiempo, se encontraría con que nada había ocurrido.
—Prepararé la cena —dijo con voz ahogada.
Esta vez él no contestó.
Mary se levantó y cruzó la habitación. No sentía nada, excepto un poco de náuseas y mareo. Actuaba como un autómata. Bajó hasta la bodega, encendió la luz y metió la mano en el congelador, sacando el primer objeto que encontró. Lo sacó y lo miró. Estaba envuelto en papel, así que lo desenvolvió y lo miró de nuevo.
Era una pierna de cordero.
Muy bien, cenarían pierna de cordero. Subió con el cordero entre las manos y al entrar en el cuarto de estar encontró a su marido de pie junto a la ventana, de espaldas a ella.
Se detuvo.
—Por el amor de Dios —dijo él al oírla, sin volverse—, no hagas cena para mí. Voy a salir.
En aquel momento, Mary Maloney se acercó a él por detrás y sin pensarlo dos veces levantó la pierna de cordero congelada y le golpeó en la parte trasera de la cabeza tan fuerte como pudo. Fue como si le hubiera pegado con una barra de acero. Retrocedió un paso, esperando a ver qué pasaba, y lo gracioso fue que él quedó tambaleándose unos segundos antes de caer pesadamente en la alfombra.
La violencia del golpe, el ruido de la mesita al caer por haber sido empujada, la ayudaron a salir de su ensimismamiento.
Salió retrocediendo lentamente, sintiéndose fría y confusa, y se quedó por unos momentos mirando el cuerpo inmóvil de su marido, apretando entre sus dedos el ridículo pedazo de carne que había empleado para matarle.
«Bien —se dijo a sí misma—, ya lo has matado.»
Era extraordinario. Ahora lo veía claro. Empezó a pensar con rapidez. Como esposa de un detective, sabía cuál sería el castigo; de acuerdo. A ella le era indiferente. En realidad sería un descanso. Pero por otra parte. ¿Y el niño? ¿Qué decía la ley acerca de las asesinas que iban a tener un hijo? ¿Los mataban a los dos, madre e hijo? ¿Esperaban hasta el noveno mes? ¿Qué hacían?
Mary Maloney lo ignoraba y no estaba dispuesta a arriesgarse.
Llevó la carne a la cocina, la puso en el horno, encendió éste y la metió dentro. Luego se lavó las manos y subió a su habitación. Se sentó delante del espejo, arregló su cara, puso un poco de rojo en los labios y polvo en las mejillas. Intentó sonreír, pero le salió una mueca. Lo volvió a intentar.
—Hola, Sam —dijo en voz alta. La voz sonaba rara también.
—Quiero patatas, Sam, y también una lata de guisantes.
Eso estaba mejor. La sonrisa y la voz iban mejorando. Lo ensayó varias veces. Luego bajó, cogió el abrigo y salió a la calle por la puerta trasera del jardín.
Todavía no eran las seis y diez y había luz en las tiendas de comestibles.
—Hola, Sam —dijo sonriendo ampliamente al hombre que estaba detrás del mostrador.
—¡Oh, buenas noches, señora Maloney! ¿Cómo está?
—Muy bien, gracias. Quiero patatas, Sam, y una lata de guisantes.
El hombre se volvió de espaldas para alcanzar la lata de guisantes.
—Patrick dijo que estaba cansado y no quería cenar fuera esta noche —le dijo—. Siempre solemos salir los jueves y no tengo verduras en casa.
—¿Quiere carne, señora Maloney?
—No, tengo carne, gracias. Hay en la nevera una pierna de cordero.
—¡Oh!
—No me gusta asarlo cuando está congelado, pero voy a probar esta vez. ¿Usted cree que saldrá bien?
—Personalmente —dijo el tendero—, no creo que haya ninguna diferencia. ¿Quiere estas patatas de Idaho?
—¡Oh, sí, muy bien! Dos de ésas.
—¿Nada más? —El tendero inclinó la cabeza, mirándola con simpatía—. ¿Y para después? ¿Qué le va a dar luego?
—Bueno. ¿Qué me sugiere, Sam?
El hombre echó una mirada a la tienda.
—¿Qué le parece una buena porción de pastel de queso? Sé que le gusta a Patrick.
—Magnífico —dijo ella—, le encanta.
Cuando todo estuvo empaquetado y pagado, sonrió agradablemente y dijo:
—Gracias, Sam. Buenas noches.
Ahora, se decía a sí misma al regresar, iba a reunirse con su marido, que la estaría esperando para cenar; y debía cocinar bien y hacer comida sabrosa porque su marido estaría cansado; y si cuando entrara en la casa encontraba algo raro, trágico o terrible, sería un golpe para ella y se volvería histérica de dolor y de miedo. ¿Es que no lo entienden? Ella no esperaba encontrar nada. Simplemente era la señora Maloney que volvía a casa con las verduras un jueves por la tarde para preparar la cena a su marido.
«Eso es —se dijo a sí misma—, hazlo todo bien y con naturalidad. Si se hacen las cosas de esta manera, no habrá necesidad de fingir.»
Por lo tanto, cuando entró en la cocina por la puerta trasera, iba canturreando una cancioncilla y sonriendo.
—¡Patrick! —llamó—, ¿dónde estás, querido? Puso el paquete sobre la mesa y entró en el cuarto de estar. Cuando le vio en el suelo, con las piernas dobladas y uno de los brazos debajo del cuerpo, fue un verdadero golpe para ella.
Todo su amor y su deseo por él se despertaron en aquel momento. Corrió hacia su cuerpo, se arrodilló a su lado y empezó a llorar amargamente. Fue fácil, no tuvo que fingir.
Unos minutos más tarde, se levantó y fue al teléfono. Sabía el número de la jefatura de Policía, y cuando le contestaron al otro lado del hilo, ella gritó:
—¡Pronto! ¡Vengan en seguida! ¡Patrick ha muerto!
—¿Quién habla?
—La señora Maloney, la señora de Patrick Maloney.
—¿Quiere decir que Patrick Maloney ha muerto?
—Creo que sí —gimió ella—. Está tendido en el suelo y me parece que está muerto.
—Iremos en seguida —dijo el hombre.
El coche vino rápidamente. Mary abrió la puerta a los dos policías. Los reconoció a los dos en seguida —en realidad conocía a casi todos los del distrito— y se echó en los brazos de Jack Nooan, llorando histéricamente. El la llevó con cuidado a una silla y luego fue a reunirse con el otro, que se llamaba O'Malley, el cual estaba arrodillado al lado del cuerpo inmóvil.
—¿Está muerto? —preguntó ella.
—Me temo que sí... ¿qué ha ocurrido?
Brevemente, le contó que había salido a la tienda de comestibles y al volver lo encontró tirado en el suelo. Mientras ella hablaba y lloraba, Nooan descubrió una pequeña herida de sangre cuajada en la cabeza del muerto. Se la mostró a O'Malley y éste, levantándose, fue derecho al teléfono.
Pronto llegaron otros policías. Primero un médico, después dos detectives, a uno de los cuales conocía de nombre. Más tarde, un fotógrafo de la Policía que tomó algunos planos y otro hombre encargado de las huellas dactilares. Se oían cuchicheos por la habitación donde yacía el muerto y los detectives le hicieron muchas preguntas. No obstante, siempre la trataron con amabilidad.
Volvió a contar la historia otra vez, ahora desde el principio. Cuando Patrick llegó ella estaba cosiendo, y él se sintió tan fatigado que no quiso salir a cenar. Dijo que había puesto la carne en el horno —allí estaba, asándose— y se había marchado a la tienda de comestibles a comprar verduras. De vuelta lo había encontrado tendido en el suelo.
—¿A qué tienda ha ido usted? —preguntó uno de los detectives.
Se lo dijo, y entonces el detective se volvió y musitó algo en voz baja al otro detective, que salió inmediatamente a la calle.
«..., parecía normal..., muy contenta..., quería prepararle una buena cena..., guisantes..., pastel de queso..., imposible que ella...»
Transcurrido algún tiempo el fotógrafo y el médico se marcharon y los otros dos hombres entraron y se llevaron el cuerpo en una camilla. Después se fue el hombre de las huellas dactilares. Los dos detectives y los policías se quedaron. Fueron muy amables con ella; Jack Nooan le preguntó si no se iba a marchar a otro sitio, a casa de su hermana, quizá, o con su mujer, que cuidaría de ella y la acostaría.
—No —dijo ella.
No creía en la posibilidad de que pudiera moverse ni un solo metro en aquel momento. ¿Les importaría mucho que se quedara allí hasta que se encontrase mejor? Todavía estaba bajo los efectos de la impresión sufrida.
—Pero ¿no sería mejor que se acostara un poco? —preguntó Jack Nooan.
—No —dijo ella.
Quería estar donde estaba, en esa silla. Un poco más tarde, cuando se sintiera mejor, se levantaría.
La dejaron mientras deambulaban por la casa, cumpliendo su misión. De vez en cuando uno de los detectives le hacía una pregunta. También Jack Nooan le hablaba cuando pasaba por su lado. Su marido, le dijo, había muerto de un golpe en la cabeza con un instrumento pesado, casi seguro una barra de hierro. Ahora buscaban el arma. El asesino podía habérsela llevado consigo, pero también cabía la posibilidad de que la hubiera tirado o escondido en alguna parte.
—Es la vieja historia —dijo él—, encontraremos el arma y tendremos al criminal.
Más tarde, uno de los detectives entró y se sentó a su lado.
—¿Hay algo en la casa que pueda haber servido como arma homicida? —le preguntó—. ¿Le importaría echar una mirada a ver si falta algo, un atizador, por ejemplo, o un jarrón de metal?
—No tenemos jarrones de metal —dijo ella.
—¿Y un atizador?
—No tenemos atizador, pero puede haber algo parecido en el garaje.
La búsqueda continuó.
Ella sabía que había otros policías rodeando la casa. Fuera, oía sus pisadas en la grava y a veces veía la luz de una linterna infiltrarse por las cortinas de la ventana. Empezaba a hacerse tarde, eran cerca de las nueve en el reloj de la repisa de la chimenea. Los cuatro hombres que buscaban por las habitaciones empezaron a sentirse fatigados.
—Jack —dijo ella cuando el sargento Nooan pasó a su lado—, ¿me quiere servir una bebida?
—Sí, claro. ¿Quiere whisky?
—Sí, por favor, pero poco. Me hará sentir mejor. Le tendió el vaso.
—¿Por qué no se sirve usted otro? —dijo ella—; debe de estar muy cansado; por favor, hágalo, se ha portado muy bien conmigo.
—Bueno —contestó él—, no nos está permitido, pero puedo tomar un trago para seguir trabajando.
Uno a uno, fueron llegando los otros y bebieron whisky. Estaban un poco incómodos por la presencia de ella y trataban de consolarla con inútiles palabras.
El sargento Nooan, que rondaba por la cocina, salió y dijo:
—Oiga, señora Maloney. ¿Sabe que tiene el horno encendido y la carne dentro?
—¡Dios mío! —gritó ella—. ¡Es verdad!
—¿Quiere que vaya a apagarlo?
—¿Sería tan amable, Jack? Muchas gracias.
Cuando el sargento regresó por segunda vez lo miró con sus grandes y profundos ojos.
—Jack Nooan —dijo.
—¿Sí?
—¿Me harán un pequeño favor, usted y los otros?
—Si está en nuestras manos, señora Maloney...
—Bien —dijo ella—. Aquí están ustedes, todos buenos amigos de Patrick, tratando de encontrar al hombre que lo mató. Deben de estar hambrientos porque hace rato que ha pasado la hora de la cena, y sé que Patrick, que en gloria esté, nunca me perdonaría que estuviesen en su casa y no les ofreciera hospitalidad. ¿Por qué no se comen el cordero que está en el horno? Ya estará completamente asado.
—Ni pensarlo —dijo el sargento Nooan.
—Por favor —pidió ella—, por favor, cómanlo. Yo no voy a tocar nada de lo que había en la casa cuando él estaba aquí, pero ustedes sí pueden hacerlo. Me harían un favor si se lo comieran. Luego, pueden continuar su trabajo.
Los policías dudaron un poco, pero tenían hambre y al final decidieron ir a la cocina y cenar. La mujer se quedó donde estaba, oyéndolos a través de la puerta entreabierta. Hablaban entre sí a pesar de tener la boca llena de comida.
—¿Quieres más, Charlie?
—No, será mejor que no lo acabemos.
—Pero ella quiere que lo acabemos, eso fue lo que dijo. Le hacemos un favor.
—Bueno, dame un poco más.
—Debe de haber sido un instrumento terrible el que han usado para matar al pobre Patrick —decía uno de ellos—, el doctor dijo que tenía el cráneo hecho trizas.
—Por eso debería ser fácil de encontrar.
—Eso es lo que a mí me parece.
—Quienquiera que lo hiciera no iba a llevar una cosa así, tan pesada, más tiempo del necesario. Uno de ellos eructó:
—Mi opinión es que tiene que estar aquí, en la casa.
—Probablemente bajo nuestras propias narices. ¿Qué piensas tú, Jack?
En la otra habitación, Mary Maloney empezó a reírse entre dientes.

FIN

¿Quieres ver un cortometraje sobre este cuento?
Haz click aquí


Este cuento fue extaído de:
http://www.dalequedale.com/index.php/2006/05/17/cordero_asado_de_roald_dahl?blog=5

domingo, 15 de noviembre de 2009

AFICHES QUE PROMOCIONAN LA LECTURA

Una de las actividades que realizamos durante este año académico fue la confección de Afiches que motiven la lectura. La gran mayoría de los alumnos participó y cada uno elaboró el suyo poniéndole su sello personal, por ello, desde este blog aprovecho la oportunidad para felicitar por esta noble labor a todos mis alumnos y a sus respectivos padres que participaron directa o indirectamente en su construcción.

No solo es cuestión de "ser lectores", sino también de "parecer lectores" y para ello tenemos que sumergirnos en una serie de actividades que fortalezcan nuestra convicción de lectores totales.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Adrián no puede creer que ha leído tantas páginas

Adrián Tuya es un alumno del 2º del nivel secundario. Es uno de los jovencitos que terminó de leer el texto "La maravillosa medicina de Jorge", escrito por el máximo representante contemporáneo de la literatura infanto-juvenil, Roald Dahl; Adrián nos cuenta los aspectos más importantes de la lectura con lo cual nos demuestra que lo ha comprendido en su totalidad y, que además, ha disfrutado la lectura de esta obra. Incluso cuando le digo la cantidad de páginas que tiene este libro, él mismo se sorprende y no lo cree, pero cuando él comprueba la cantidad de páginas nos lo dice ya con mayor seguridad. Cuando leemos con técnicas y estrategias de lectura veloz se ven estos resultados. Felicitaciones a este muchachito y a todos sus compañeros de aula.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Realidad del Plan Lector en las Bibliotecas Escolares: Impacto en el sistema educativo básico


Invitamos a todos los docentes del Colegio Inca Garcilaso de la Vega a participar en la conferencia sobre Realidad del Plan Lector en las Bibliotecas Escolares...
Lugar: Facultad de Letras de la UNMSM
Día: Miércoles 11 de noviembre
Hora: 6:30 pm
Conferencistas:
Ruth Alejos... Biblioteca Nacional del Perú
Miguel Inga...UNMSM
Manuel Urbina...Colegio Inca Garcilaso de la Vega

JUGUEMOS CON LOS LIBROS
















viernes, 2 de octubre de 2009

L E C T U R A L I B R E
















jueves, 1 de octubre de 2009

Comentarios finales a la película "El cuarto de lectura"

HALLMARK

ATENCIÓN PROFESORES DE LECTURA:

Esta película es adecuada para "reforzar" hábitos y conductas lectoras. El mejor momento para proyectarlas es después de unos tres o cuatro meses de iniciar las actividades del curso. Después de este tiempo el alumno está familiarizado con la lectura y puede "sentir" como propia la experiencia que se vive en el filme. De proyectarla al inicio del curso podría verse como una película más que tiene un drama de interés y no dejaría "huellas" que inviten a la reflexión y cumpla una función como herramienta pedagógica.
Manuel.



SINOPIS:
Cuando Helen Campbell (Lynne Moody) fallece, deja a su adinerado marido William (James Earl Jones) con una petición muy especial: su último deseo era convertir un abandonado edificio que tenían, en una sala de lectura para toda la comunidad con todos los libros personales que el matrimonio poseía. Si bien las cosas han cambiado en la sociedad y los valores no son los mismos que años atrás, William no se dará por vencido y hará todo lo posible para que esta comunidad infectada por el crimen, pueda volver a recuperar el respeto hacia sus miembros. La película dirigida por Georg Stanford Brown es un drama familiar con buen elenco y profundos valores. Fuente: http://www.emol.com/noticias/todas/detalle/detallenoticias.asp?idnoticia=264303

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Vimos la película "El Cuarto de Lectura"... ¡Impresionante!









El día de hoy miércoles 30 de septiembre vimos una película que está muy vinculada al curso de comprensión. Esta se titula "El Cuarto de Lectura" y he sido testigo de cómo el tema de esta película nos ha servido como refuerzo para conceptualizar que la lectura nos da la oportunidad de encontrar nuevas puertas para dar solución a muchos problemas que se pueden presentar. Es una película en donde no se escuchan balas, ni explosiones, ni autos que se estrellan o héroes que sobrevivien en todas las situaciones inimaginables, es un drama social que no es ajeno a nuestros alumnos, y el común denominador es que todos se oponen a la existencia de un ambiente muy nutrido de libros (El Cuarto de Lectura) que sirva para que algunos lo vean como una alternativa que los lleve a tener mejores aspiraciones y ser felices. Es una excelente película que llega en el momento en que nuestros alumnos han dejado de ser "no lectores" para convetirse en "lectores con mucho futuro". He podido ver en sus rostros que la lectura ya no es una "tarea difícil", sino una oportunidad para pasarla bien y aprender. Finalmente, nada de esto sería posible si la institución Inca Garcilaso de la Vega no estuviese convencida del gran valor que tiene desarrollar la competencia lectora de sus alumnos. Sin convicción no hubieramaos logrado nada. Desde aquí un gran saludo a todos los direcctivos de este buen colegio.

viernes, 25 de septiembre de 2009

domingo, 20 de septiembre de 2009

El "punto" en la lectura oral. Video sobre el tema


El profesor Manuel Urbina habla sobre el uso del punto en la lectura oral.

martes, 15 de septiembre de 2009

RESULTADOS DE LA ÚLTIMA ENCUESTA SOBRE LA LECTURA




Hicimos una encuesta de una sola pregunta y dos posibles respuestas:

¿Leer es aburrido?

a) sí
b) no

Los resultados fueron:

Sí es aburrido: 20%

No es aburrido: 80%


Si bien fueron pocos los participantes, esta encuesta nos da una idea de lo que piensan nuestros alumnos sobre la lectura. Buenos resultados y esperemos que para la próxima aumenten nuestros votantes.

Manuel

lunes, 14 de septiembre de 2009

Nosotros escuchábamos las famosas "radionovelas" que para la época era lo mejor

Antiguamente, en aquella época en que los televisores blanco y negro eran patrimonio de muy pocas personas y más aún, si alguien tenía uno debía contentarse con ver los dos únicos canales que transmitían sus programas en vivo. En aquella época leer cuentos, novelas, revistas, comics, se constituía en una de las mejores opciones para pasar momentos de solaz. En ese entonces la radio se encontraba en su edad de oro y casi todas las actividades comerciales anunciaban en estos medios y de allí su enorme repercusión social. Recuerdo que existía Radio La Crónica, en donde se transmitían radionovelas y que no se piense que estamos hablando únicamente de las "novelas rosas" que eran las que más se transmitían, sino de aquellas basadas en obras clásicas como El Hombre de la máscara de hierro, El Conde de Montecristo, El fantasma de la ópera, etc. Escuchábamos atentamente cada una de las palabras al mismo tiempo que íbamos construyendo mentalmente cada parte de la narración y de una manera mágica viajábamos a un mundo maravilloso que nos atrapaba y nos dejaba con la angustia de seguir escuchándo las historias. Esas formas de divertirse casi han desaparecido, digo casi porque actualmente hay un programa semanal llamado MI NOVELA FAVORITA transmitido por RPP en donde se teatralizan una serie de obras clásicas que bien valen la pena adquirirlas y escucharlas.

Manuel Urbina

¿Deseas escuchar una radionovela?
Haz click aquí.

domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Por qué debemos usar técnicas de LECTURA VELOZ?


La velocidad lectora es fundamental para acceder a la construcción de significados (la comprensión).Los que no hayan logrado alcanzar una fluidez lectora adecuada (la automaticidad para el reconocimiento de las palabras) nos estarán diciendo que aún no han logrado dominar las reglas de conversión grafema-fonema (RCGF) y, por lo tanto, no pueden realizar las funciones superiores que implican los procesos cognitivos de la comprensión. Leer con fluidez, además, ayuda a mantener una mejor atención y concentración durante la lectura. Si bien es cierto que la velocidad lectora es fundamental, tampoco es la piedra filosofal, pues hay otros aspectos que debemos enseñar y poner en práctica como son las estrategias metacognitivas (antes, durante y después de la lectura) , los conocimientos previos, la motivación, etc., para que la comprensión sea eficaz.

Manuel

LEER ES DIVERTIDO



En este video se puede apreciar la importancia de escoger el libro adecuado, es decir, un texto que responda a los intereses y gustos del lector potencial. Con esto no solo estamos creando un cambio de "actitud" por el mismo acto de leer, sino que se están creando las condiciones para formar lectores que exploren los distintos tipos de textos: narrativos, informativos, argumentativos...
Por otro lado, también se observa que nuestros alumnos están logrando mejorar su fluidez y velocidad lectora con lo cual pueden leer más rápido sin perder para nada el aspecto comprensivo tal como se puede demostrar en la evaluación cualitativa que le hacemos al alumno sin que se dé cuenta porque él lo toma como una conversación sobre el tema. De allí que en el curso de Comprensión Lectora no se dejen "trabajos" post lectura que impliquen hacer resumenes, argumentos, personajes, preguntas y una serie de cosas "vacías" que convierten la lectura en una "pesada tarea" cuando lo que se busca son dos cosas: que comprendan y que se diviertan, lo demás que caiga por su propio peso.

Manuel Urbina

viernes, 11 de septiembre de 2009

¡Este cuento es lo máximoooooooooooooo!

EL SUIZA
Roland Topor (1938-1997)

SINOPIS: Tres alpinistas se encuentran perdidos en una montaña, las provisones se han terminado y no tienen qué comer. Uno de ellos se rompe la pierna y debido a las bajas temperaturas su pierna se le congela. El hambre los acorrala y... (lee este cuento que está superbueno)



—¡Mi pierna! ¡No me la noto!
Phil se ensañaba con su pierna. Cogía la carne a puñados a través del pantalón y la trituraba
salvajemente.
Se pellizcaba con furor de arriba abajo y terminaba dándose fuertes puñetazos a la rodilla.
Sus compañeros intentaron tranquilizarle:
—¿Y qué? Es normal que no te la notes con este frío —dijo Georges—. Nos pasa a todos lo mismo.
Ahora verás...
Para ser verdaderamente convincente, Georges dio una tremenda patada a la tibia de Henri. Este no pudo
evitar un alarido de dolor, que arrancó lágrimas de desesperación a Phil.
—¿Lo veis? ¡Lo habéis dicho para que me calle!
Henri simuló una sonrisa:
—He sentido un dolor en el estómago en el mismo momento. La patada ni la he notado. Vas a ver.
Georges, ahora te toca a tí. Georges gimió, pero consiguió ahogar su grito apretando los dientes.
Phil recobró el ánimo:
—¿Es verdad? ¿De verdad que no has sentido nada, Georges? ¡Dale otra patada, Henri!
Georges se negó:
—¡Ah, no! ¡Ya basta! Más vale decirle la verdad de una vez. De todas formas... Phil, ten valor. No
queríamos decírtelo, pero ya que insistes, peor para tí. Sí, se te ha helado la pierna. Es una desgracia, ya
lo sé, pero no debes preocuparte, no hay indicios de gangrena. No te pasará nada, te salvaremos. Si esa
maldita cuerda...
Pero Phil ya no escuchaba. Lloraba dulcemente mientras se sobaba la pierna. Henri, mareado, desvió la
mirada.
El día siguiente la pierna de Phil estaba azul. Sacrificaron una manta para envolverla.
—Si pudiéramos alcanzar la cornisa que se ve allí abajo, podríamos encender fuego —dijo George—.
Mirad, hay algunos árboles con ramas bajas. Yo todavía tengo mi caja de cerillas.
—¡Fuego! —gimió Phil—. ¡Fuego, por piedad!
—Dentro de poco haremos fuego. Un buen fuego bien caliente y tú... ¡Cuidado! ¡ Georges!
Demasiado tarde. Phil le había arrebatado la caja de cerillas, cuando Georges la mostraba confiadamente.
Antes de que los otros dos hubieran podido iniciar el menor gesto, encendió una cerilla y la acercó a su
cara con una repugnante expresión de placer animal.
—¡Caliente... bien caliente... bien, bien caliente! —balbuceaba, babeando.
Se disponía a encender otra con dedos temblorosos, cuando un puntapié de Henri lo dejó tieso. Este
recogió la preciosa cajita mientras observaba la impronta de la suela claveteada marcada en rojo sobre el
rostro de Phil.
—¡En marcha!
Levantaron al herido y se encaminaron hacia la cornisa. A cada paso, resbalaban sobre la nieve helada y
caían pesadamente. Phil se les escurría como un fardo y tenían que sujetarlo paso a paso, para evitar que
rodara cuesta abajo toda la pendiente, procurando al mismo tiempo no dejarse arrastrar. Por fin
alcanzaron la cornisa. Estaban tan agotados, que no podían articular palabra. Se abandonaron sobre el
suelo helado y quedaron inmóviles.
Una picazón alarmante en los miembros inferiores les dio el valor necesario para levantarse. A Henri y a
Georges, por lo menos.
Partieron con dificultad algunas ramas bajas y pronto tuvieron con qué encender una pequeña hoguera.
Encenderla les resultó difícil, pero lo consiguieron. Poco después, el áspero humo de la madera mojada
les hacía toser. Resultaba muy agradable, de todas formas.
—Ahora hay que cuidarla para que no se apague.
Phil quedó encargado de vigilar el fuego mientras los otros iban a recoger más leña.
La esperanza volvía. Pensaban que lo importante era resistir, ya que los auxilios no tardarían en llegar.
Dos días más tarde, divisaron un helicóptero que giraba muy alto en el cielo, hacia el Norte. Agitaron los
brazos, gritaron, corrieron... No sirvió de nada. El helicóptero dio vueltas toda la mañana sin verlos.
Vinieron otros helicópteros. Incluso, muy lejos hacia el Este, distinguieron una columna de socorro. El
viento soplaba hacia el Oeste y los gritos de los tres hombres no fueron oídos.
El problema principal era el hambre. Habían hecho durar todo lo posible las rebanadas de pan con
mantequilla que les habían dado en el refugio. Ahora pertenecían al pasado. Había que buscar otra cosa.
—Vamos a morir de hambre —se lamentaba Henri—.
Como perros, sin ni siquiera un maldito hueso que llevarnos a la boca.
Phil se encontraba un poco mejor. Seguía sin sentir la pierna, pero por lo menos se comportaba
decentemente.
—¿Por qué no intentamos encontrar bayas? —propuso muy serio.
Los otros ni le respondieron. Desde hacía dos días, estaban tan débiles que ni siquiera podían arrastrarse
hasta los árboles para rehacer su provisión de combustible.
Fue Henri quien tuvo la idea. Una noche, despertó a Georges y le habló largamente al oído. Georges se
sobresaltó.
—¡Oh, no! ¡Ni lo pienses!...
Henri se irritó.
—¿Y por qué no? ¿Por qué no lo he de pensar? ¿Son tus principios morales los que te lo prohíben?
¿Prefieres quizá morir sin luchar? ¿Qué hay de malo en ello? De todas formas está perdida, tú lo sabes
tan bien como yo.
Podríamos echarlo a suertes, pero ya que él no la siente, mejor coger la suya.
—¿Y si notara algo?
—No te preocupes. Déjame hacer a mí.
Henri se acercó arrastrándose hasta Phil, que dormía. Con mucho cuidado, deslió la manta, levantó el
pantalón y pellizcó la pantorrilla helada. Phil no se movió. Henri abrió su navaja de explorador de seis
hojas. Georges cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, Henri sostenía una gruesa loncha de pantorrilla
en su mano izquierda. Con la derecha, limpiaba la navaja, la cerraba y la devolvía a su bolsillo. Una vez
el pantalón y la manta en su sitio, Henri volvió junto a Georges sopesando el trozo de carne.
—Vamos a asarla y ya verás como resulta muy comestible. No ha sufrido.
El buen olor del asado despertó a Phil.
—¿Eh, muchachos, estoy soñando? ¿Qué habéis hecho para encontrar carne?
—Pasaba un animal muy raro por ahí y Henri lo ha matado lanzándole su cuchillo. Fíjate qué suerte, la
hoja se le ha clavado. A lo mejor tiene un gusto raro, pero me parece que no es el momento de ser
exigentes, ¿no te parece?
Phil estaba totalmente de acuerdo.
Cuando la carne estuvo cocida, hicieron tres partes iguales. A Henri y a Georges el asado les pareció
suculento. Para Phil la cosa fue muy distinta. Al primer bocado se reconoció.
—¡Ladrones! ¡Más que ladrones!
Con su pantalón enrollaba febrilmente la pierna.
—¡Cochinos ladrones!
Quiso pegarles, pero estaba demasiado débil. Cayó lamentablemente boca abajo sobre la nieve, y así se
quedó, lloriqueando. Georges y Henri se sentían terriblemente incómodos. Trataron de hacerle entrar en
razón.
—De acuerdo, quizás hubiera sido mejor advertirte, pero no vale la pena hacer un drama.
—¡Claro, para vosotros no es un drama! ¡A vosotros os da igual! ¡Ladrones!
—En primer lugar, nosotros no somos ladrones. Hemos hecho tres partes exactamente iguales. A ti te ha
tocado lo mismo que a nosotros.
—¡Sí, pero para mí no es igual! ¡Alimentarme con mi propia pierna! Además me sería imposible
comerla, es inhumano.
—¡Inhumano, inhumano, se dice pronto! ¡Tú bien que te comes las uñas!
Phil estuvo enfurruñado todo el día, con su pedazo de carne fría delante de él, como un niño testarudo
que no quiere comer su sopa. Henri le propuso que cediera su parte, ya que no iba a comérsela. Pero Phil
se negó indignado. Por la noche, no pudo resistir más. Creyendo que los otros no lo miraban, se precipitó
sobre su loncha de carne y la devoró. Después se durmió, ahíto y refunfuñando.
Al día siguiente hubo carne para la comida, al otro, también. De nuevo la hoguera chisporroteaba
alegremente. Los tres hombres pasaban el tiempo oteando el horizonte, con la esperanza de descubrir a
los helicópteros salvadores. Efectivamente, descubrieron dos o tres, muy lejos, hacia el Sur, pero no
lograron llamar su atención.
La pierna comenzaba a agotarse. Hubo que racionarla.
Con un lápiz hicieron marcas sobre la piel. La porción de cada día fue delimitada con una línea de
puntos. Estas precauciones no sirvieron más que para retrasar el final.
Una noche —la operación se realizaba siempre durante el sueño de Phil, con el fin de no herir su
sensibilidad—, una noche, pues, el dolor despertó a Phil. La región helada se había consumido.
El ayuno sucedió a la abundancia efímera, haciéndose más cruel aún y más insoportable por la
proximidad del alimento. Henri, el más tragón, lloraba de sufrimiento.
Pero no fue él, sino Georges, quien preguntó inocentemente un día:
—¿Cómo va tu otra pierna, compañero?
Phil golpeó afectuosamente el miembro en cuestión.
—¡Estupendamente! No te preocupes, la fricciono día y noche. Me quedará ésta por lo menos.
La noche siguiente, Henri sorprendió a Georges retirando la manta que protegía el único miembro
inferior de Phil. A su pesar, no pudo evitar el deseo de que tuviera éxito en la maniobra. Por la mañana,
se las arregló para tropezar con la pierna al pasar.
—¡Oh, perdón! ¿Te he hecho daño?
—No, no es nada.
A partir de entonces Georges, durante la noche, levantaba
la manta que cubría la pierna de Phil, y por las mañanas
Henri se encargaba de comprobar el grado de sensibilidad
de la misma. En ocasiones, Phil daba un pequeño
grito de dolor, y otras veces no parecía darse cuenta
de nada. Esta conducta extraña terminó por escamarles.
Aquella noche decidieron salir de dudas. Levantaron
la manta y luego la pernera del pantalón. Dos exclamaciones
de despecho escaparon de sus labios.
La segunda pierna estaba casi enteramente terminada.
¡El sinvergüenza de Phil se la había comido él sólito!
(Roland Topor)

http://www.iesincagarcilaso.com/dialibro/relatosdialibrobach.pdf

Roland Topor ( 7 de enero de 1938 en París-16 de abril de 1997) Fue un ilustrador, dibujante, pintor, escritor y cineasta francés conocido por el carácter surrealista y voluntario de sus obras. Perteneció al Grupo Pánico, junto a Alejandro Jodorowsky y Fernando Arrabal. Sus obras se caracterizan por un marcado humor negro y una idiosincrasia surrealista. Su novela El quimérico inquilino fue llevada al cine por Roman Polanski.

jueves, 3 de septiembre de 2009

¡¡¡LEER ESTE CUENTO ES UN DESAFÍO!!!


Hoy he colocado este hermoso cuento de Borges, pero para entenderlo vas a tener que hacer un esfuerzo mediano: concentración, paciencia, un diccionario y, muchas ganas de querer saber el desenlace. ¿Te ateverás?, (yo creo que tú puedes hacerlo)


Las ruinas circulares
Autor: Jorge Luis Borges


Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

FIN

Haz click aquí y observa el video que recrea la historia.

martes, 1 de septiembre de 2009

Lee y ve "La media de los flamencos", un hermoso cuento de Horacio Quiroga.


Tú ya conoces a Horacio Quiroga, acuérdate de "La gallina degollada", ahora vas a tener la oportunidad de leer y ver "La media de los flamencos".
Haz click aquí y a disfrutar.

EL GIGANTE EGOÍSTA (Oscar Wilde)

Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.

Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.

-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.

Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.

-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.

-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.

Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel:
Prohibida la entrada.
Los transgresores serán
procesados judicialmente.

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.

Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.

Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.

-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.

Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.

Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir.

Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.

-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año

La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.

Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de la chimeneas.

-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.

Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!

Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.

-Es demasiado egoísta- se dijo.

Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.

Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.

-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?

Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.

Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.

-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.

-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre.

Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.

Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín.

Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.

Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.

Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.

-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.

Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.

-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó.

El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado.

-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.

-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.

Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.

-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.

Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.

Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.

De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso.

El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:

- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos.

-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.

-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.

-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.

FIN

¿Te gustó el cuento?Ahora si deseas vuelve a leerlo y disfruta las imágenes que encontrarás en el video que encontrarás aquí. Disfrútalo y sigue divirtiéndote.

lunes, 31 de agosto de 2009

¿Cómo puedo establecer la velocidad lectora en mis alumnos?

Hay varias formas para cuantificar la velocidad lectora de los alumnos: Una forma muy práctica es a través del uso de la guía visual (un lápiz, lapicero, palito chino) que permite establecer, "al ojo", cuáles son los alumnos con menor, regular o mayor velocidad lectora. Es difícil que dos o más alumnos lean exactamente a un mismo ritmo, sin embargo, se puede "notar" cuándo un alumno lee con poca velocidad. Lo bueno es a través de la práctica misma que el alumno puede aumentar notablemente su velocidad lectora, sin mermar el grado de su comprensión, por el contrario, este uso de la guía visual le permite mantener el grado de atención y concentración que, por lo general, empiezan en un buen nivel, y a media página, en el mejor de los casos, desaparecen y el lector empieza a vagar mentalmente, ajeno al texto hasta que se da cuenta de ello y debe volver a leer o, simplemente, dejar de hacerlo.Aquí les dejo unas cuantas fotografías que dan origen a esta entrada.











El uso de la guía visual es de gran ayuda para desarrollar la velocidad lectora y acceder a la comprensión del texto en la medida de que el alumno sepa utlizar otras estrategias de carácter metacognitivos (más información). Por otro lado y volviendo al uso de la guía visual hay decir que es una gran herramienta (¡Qué sería del ser humano sin herramientas!) para iniciar el camino de la lectura, pero que "no siempre se va a depender de esta", va a llegar el momento en que el lector podrá prescindirla o sencillamente decidirá continuar usándola. Ello dependerá de cómo pueda alcanzar eficazmanete la comprensión.



Gracias por leer

Manuel Urbina

Cómo fueron engañados los malos hijos (ANÓNIMO)

Un hombre muy rico, creyendo que estaba a punto de morir, llamó a sus hijos y dividió entre ellos sus propiedades. Sin embargo, no murió, y al levantarse de la cama se encontró con que sus hijos ya no lo querían, ni tenían con él las delicadezas de antes, cuando todos esperaban conseguir mayor parte de su fortuna.
Todos lo trataban mal, y no se recataban para decir que deseaban que muriese lo más pronto posible, ya que su vida sólo originaba gastos y molestias.
El pobre hombre no cesaba de llorar, y un día se encontró con un viejo amigo, a quien contó lo que le ocurría. El amigo, conmovido por lo que acababa de oír, prometió hallar una solución a aquel estado de cosas.
En efecto, la encontró y a los pocos días llegó con gran pompa a la casa de su amigo, seguido de diez criados que eran portadores de unos pesados sacos llenos de piedras.
Cuando estuvieron solos, el amigo dijo:
-Te he traído estas piedras para engañar a tus hijos. Cuando me marche vendrán a ver lo que te he traído. Diles que he venido a pagarte una deuda muy antigua, y que eres más rico que antes. Ya verás cómo todos se desviven por ti. Volveré dentro de algún tiempo para ver cómo van las cosas.
Cuando, transcurridos unos meses, volvió el amigo, encontró al viejo rodeado de sus hijos, que todos a una se desvivían por él. Y así siguieron haciéndolo hasta que murió, descubriendo entonces el engaño, que tenían bien merecido.

FIN

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/otras/anon/india/como.htm

ACTIVIDADES:
En este cuento, la idea principal gira sobre:

a) La ambición

b) La ingratitud

c) El interés

d) La burla

Escoge la alternativa que tú creas que es la adecuada y explícanos tus razones brevemente.

PAÍSES QUE PROMOCIONAN LA LECTURA






sábado, 29 de agosto de 2009

LA VELOCIDAD LECTORA ES LA BASE PARA LA COMPRENSIÓN DE TEXTOS

Muchos "especialistas" en el tema de la Comprensión Lectora, manifiestan que la velocidad no es importante para realizar los procesos mentales que llevan a la comprensión del texto. Estoy seguro de que ellos solo han leído las partes que pueden comprender en los textos científicos, pues la velocidad y fluidez lectora son temas que no tiene discusión y aparecen en los libros elementales sobre esta materia, pero aducen mil y una razones para convencer sobre algo que ellos jamás han investigado desde la misma práctica, es decir, en la enseñanza de la lectura comprensiva en las aulas, con los alumnos y monitoreando el proceso. Por si alguien cree que estoy loco o lleno de soberbia, aquí les dejo algunas fichas de mi colección.
Manuel Urbina


(...) La velocidad lectora es un indicador del rendimiento escolar muy habitual en el centro educativo. La velocidad con que se lee condiciona la duración de determinadas actividades de aprendizaje. Una baja velocidad lectora dificulta notoriamente el poder seguir una lectura oral colectiva en la clase, retarda la realización de ejercicios y actividades escritas y dificulta, también, otras actividades didácticas. VALLÉS ARANDIGA, Antonio. Velocidad Lectora-1, Editorial Promolibro, Valencia 1999

Cuando un niño es incapaz de leer un pasaje adaptado a su edad con una descodificación precisa, sin esfuerzo, y una palabra tras otra con una expresividad adecuada, uno entiende por qué la fluidez lectora es esquiva y fascinante. Kameenui y Simmons (2001) esbozan una metáfora elocuente afirmando que para muchos maestros , investigadores y niños, la fluidez es el nudo gordiano de la habilidad lectora; su simplicidad y elegancia revelan su complejidad. GONZÁLEZ TRUJILLO, M. Carmen. Comprensión lectora en niños: morfosintaxis y prosodia en acción. Tesis doctoral Universidad de Granada, pág. 72, 2005.



"Un niño que lee con lentitud, se atraca al tratar de reconocer palabras que no conoce; tiene que hacer un esfuerzo adicional por reconocerlas, con lo que se desconcentra y olvida lo que había acumulado en su memoria con su lectura previa. La falta de lectura fluida atenta contra la comprensión de lectura y alude a problemas de vocabulario, percepción fonémica, fonética, o falta de aprestamiento temprano para estimular la capacidad lectora. Por ello, Crouch considera que medir la velocidad de lectura correcta puede ser un buen predictor del desempeño general del alumnado en los otros temas del grado que cursa".
León Trahtemberg

17 de Marzo de 2006 Leer artículo completo en: http://74.125.95.132/search?q=cache:meNbDVbaKAAJ:www.correoperu.com.pe/lima_columnistas.php%3Fid%3D23105%26p%3D6%26ed%3D14+velocidad+lectora+fluidez+leon+trahtemberg&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=es&lr=lang_es|lang_en


a medida que consiguen reconocer palabras con mayor rapidez, por el solo efecto de la rapidez ya se produce un incremento en la comprensión lectora. Esto se debe a que cuanto más rápida y automáticamente se reconocen las palabras, más espacio queda disponible en la memoria a corto plazo para la ejecución de los procesos superiores..." CUETOS VEGA, Fernando. Psicología de la lectura, Editorial Escuela Española, Madrid 1999, pág. 98


El lector rápido y preciso posee un instrumento inapreciable para penetrar en el amplio mundo del conocimiento que yace tras la cubierta de los libros. El lector deficiente lee de manera tan lenta, que no puede procesar directamente el significado. Debe, en consecuencia, depender en gran medida de lo que aprende por medio del escuchar; motivo por el cual tiende a fracasar en las materias que requieren de la lectura. Este fracaso es mayor a medida que el alumno pasa de curso y que , por ende, aumenta la necesidad de la lectura en el proceso de adquisición de conocimientos". CONDEMARÍN, Mabel; ALLENDE, Felipe. La lectura: teoría, evaluación y desarrollo, pág. 7, Editorial Andres Bello, 1993, chile.


"En el proceso lector, juegan un papel importantísimo la velocidad y la comprensión lectora. La velocidad depende de unos hábitos que potencian aspectos fisíológicos que actúan, mientras que la comprensión implica: capacidad mental suficiente, sincresis (análisis-síntesis), disposición activa para captar significados o ideas y una riqueza de vocabulario que permita una cierta independencia con respecto al diccionario. La rapidez o velocidad de la lectura se mide en función del numero de palabras que un sujeto es capaz de leer durante un minuto". J. CUEVAS, L. GORDILLO, M. MARTÍ. Didáctica de la lectura, métodos y diagnóstico, Editorial Humanitas, Barcelona 1985, pág. 135

LA VENTANA ABIERTA (Saki)


Síntesis:Un tipo que buscaba un lugar de descanso, llega a una casa en pleno bosque y es testigo de la aparición de unos fantasmas...
¡Qué esperas, a leerrrrrrrrrrrrrrr!
PD: el autor de este cuento también escribió SREDNI VASHTAR que tú ya conoces.


LA VENTANA ABIERTA

-Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.

-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

-Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

-Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada señorita.

-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.

-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.

-Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.

-Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?

-Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.

A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.

-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre "¿Bertie, por qué saltas?", porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana...

La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.

-Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.

-Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.

-Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres ¿no es verdad?

Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.

-Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.

-¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva... pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.

-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?

Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.

En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: "¿Dime, Bertie, por qué saltas?"

Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.

-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?

-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.

-Supongo que ha sido a causa del perro -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.

La fantasía sin previo aviso era su especialidad.

FIN


Actividades: Responde las preguntas en tu cuaderno de C.L

1. ¿Cuál era la razón principal por la cual señor Nuttel había decidido hospedarse en aquella casa de campo?

2. ¿Por qué aquella enorme ventana siempre se encontraba abierta hasta tarde?

3. ¿Qué era lo que más le preocupaba a la señora Sappleton?

4. Según la sobrina ¿de qué manera habían perecido (muerto) la familia de la señora Sappleton?

5. Desde tu punto de vista como lector, ¿cuál es la parte del cuento que no tendría sentido o no sería creíble? Explícalo brevemente.

6. Escribe en cuatro líneas como mínimo lo que sentíste (tus emociones) al leer este cuento?

OPCIONAL

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